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lunes, 15 de septiembre de 2014

Prevención de sillón



Hacía tiempo que tenía pendiente volver a retomar este blog, tristemente abandonado por las demandas inmediatas de lo cotidiano y de lo otro, y quizá haya llegado el momento de rescatar cosas que quedaron pendientes…


Por el momento, esta entrada está dedicada a analizar en cascada tres asuntos bastante interconectados a partir de tres artículos-obras que voy a comentar.


A raíz de una publicación (rebotada por mi buen amigo y compañero de profesión Alfonso Tembrás en una red social) relacionada con la formación de los educadores sociales en drogodependencias, la verdad es que he recuperado un viejo asunto pendiente, que ha llegado el momento de repasar.


Alfonso compartía el vínculo a un artículo de 2014 escrito por Encarna Bas, una de las profesoras universitarias en el ámbito de la Educación que más ha trabajado en el ámbito de las drogodependencias, donde analiza la formación que los educadores y educadoras sociales reciben en sus carreras universitarias, respecto a este tema. Y el panorama es bastante desolador: sólo se ofrece formación en este campo en un 25% de las universidades que ofrecen esta titulación, y en dos de ellas (de un total de 9), esta formación se reduce a temas reducidos y concretos, dentro de un temario general de otro campo. Además, en 6 de las 9 ofertas, la asignatura es optativa. Con lo que podemos concluir que la formación universitaria en drogodependencias de los educadores y educadoras sociales es bastante deficiente, al menos en lo que se refiere a los estudios básicos (Diplomatura o Grado).


Pero, partiendo de aquí, he recordado un viejo artículo de toda una serie de “autoridades” en prevención, del año 2005, posteriormente reciclado en un trabajo posterior de 2007. Se titulaba “Cómo el propio consumo de drogas de los mediadores recreativos tiene implicaciones preventivas” y lo firmaban Calafat, Fernández, Juan y Becoña.  El resumen del estudio que hacen (mezclando a porteros de discoteca con educadores de servicios sociales en la muestra: una garantía de calidad científica) es que: 1) los mediadores consumen drogas; y 2) eso hace que estén poco preparados para la tarea preventiva.


Más allá de lo poco serio de la muestra estudiada (por reducida y heterogénea), y de lo inconsistente de los resultados hallados, el problema del estudio (por así llamarlo) está en el planteamiento. Se decide que el consumo de sustancias es la variable independiente, y todas las demás las dependientes. Ergo todos los supuestos problemas en la información que poseen, todas las percepciones que tienen de manera cercana sobre los jóvenes con los que trabajan, están tamizados por el hecho de que consumen sustancias.


Este párrafo, ya en la discusión, por ejemplo, no tiene desperdicio: “Si bien es verdad que […] frente a diversas cuestiones (por ejemplo si el cannabis es perjudicial) este grupo de profesionales tiene un posicionamiento más cercano a las necesidades preventivas, no dejan de estar lejanos de las pretendidamente ideales de profesionales supuestamente formados que tienen que realizar una tarea con jóvenes que precisamente tienen o pueden tener problemas con el consumo de diversas sustancias. Obviamente esto no tendría relevancia si el consumo privado no influyese en su percepción de los problemas de los jóvenes y, posiblemente, en su relación con ellos, como de hecho sí ocurre.”


No, señores, no. Las “pretendidamente ideales de profesionales supuestamente formados” son las necesidades que ustedes, desde una posición remota a la realidad, quieren imponer. Y atribuir al consumo privado la naturaleza de esta percepción es un sinsentido. El problema de base es que ustedes no han pisado el territorio en mucho tiempo. Que no han interpretado que los procesos de cambio llevan tiempo, y que imponer la abstinencia como objetivo de la prevención indicada sigue siendo un error. Que no entienden que cada persona tiene sus motivos, sus razones, para consumir o no sustancias. Y que son esas razones, complejas, abiertas, las que hay que conocer para establecer objetivos realistas. Que el consumo privado es, precisamente, privado. Y que hay tanta posibilidad de que quien consuma tenga unas creencias, como de que alguien que ha analizado esas creencias de manera crítica, haya decidido mantener un consumo sostenible. Es decir, establecer una relación causal, cuando es muy probablemente bidireccional, es un error de planteamiento en cualquier estudio que verdaderamente se considere científico. No es casual que en una gran mayoría de trabajos se interprete que son las creencias las que determinan el consumo, y no al revés.


Y, en todo caso, señores autores: no deberían ustedes asociar el supuesto consumo de los mediadores a su manera de hacer prevención (la profesionalidad supone saber separar unas cosas y otras), cuando ustedes organizan con cierta periodicidad congresos en los que se sirve, por ejemplo, alcohol en las cenas de clausura. Y no se puede aludir a cuestiones gastronómicas precisamente: los de después de la cena no entran dentro de ese grupo. Sorprende que quieran ustedes disociar alcohol y diversión, con este tipo de prácticas.


Es por ello que los mediadores no pueden aceptar su estudio como demostración de nada (aparte de la poca representatividad y los errores de planteamiento); ustedes, para poder entender QUÉ ES HACER PREVENCIÓN, deberían abandonar sus despachos y bajarse a las trincheras. Y, quizá, cuando vean lo que hay que ver… modificarían algunas de sus creencias. Con el riesgo que eso supone para la percepción de las necesidades “pretendidamente ideales”…

jueves, 18 de julio de 2013

Ideas para la prevención (I): definiendo el terreno.



Después de una serie de posts hablando de lo que NO hay que hacer en prevención de adicciones, llega el momento de ofrecer ideas sobre lo que se puede hacer. En este post, me dedicaré a definir el terreno en el que nos movemos, tanto conceptual como lingüístico. A veces, lo que decimos lleva una carga de significados de los que hay que ser consciente, porque revelan mucho de nuestro planteamiento al abordar el asunto. Algo de eso ya comenté en un viejo artículo.

En primer lugar, debemos ser conscientes de lo que perseguimos. Del objetivo a alcanzar, de la meta que se ambiciona. No es lo mismo hablar de prevención del consumo de drogas que hablar de prevención de adicciones. Para ilustrar este asunto, propongo un breve ejemplo que he utilizado, en ocasiones, dentro de la formación de profesionales en prevención:

En la población A, se desarrolla un programa de prevención relacionado con el alcohol; al cabo de diez años, se realiza una encuesta que tiene el siguiente resultado: el 90% de la población no consume alcohol, pero del 10% que sí lo hace, más de la mitad tienen problemas de salud, presentan abusos puntuales, muchos han desarrollado alcoholismo y han cometido delitos relacionados con el estado de embriaguez.

En la población B, también se desarrolla un programa de prevención relacionado con el alcohol, aunque con otra orientación; allí, al cabo de 10 años, la misma encuesta revela que sólo un 50% de la población no consume alcohol; dentro de la mitad que sí lo hace, apenas hay episodios de embriaguez, los problemas de salud relacionados con el consumo abusivo de alcohol son muy escasos, apenas aparecen problemas de alcoholismo y la tasa de delitos asociados a la embriaguez es muy inferior a la de la otra población.

¿Qué población ha llevado a cabo una mejor prevención?

La respuesta no es sencilla. Probablemente, los objetivos del programa de prevención de la población A y de la población B eran muy diferentes. Aunque a los dos se los engloba dentro del concepto “programas de prevención”.  Pero podemos deducir que la meta que el primer programa perseguía era la prevención del consumo, mientras que la del segundo era la prevención de los riesgos asociados al consumo, entre ellos la adicción. A fuerza de ser sinceros, parece que el estado de la población B, diez años después, es mejor que el de la población A, aunque el porcentaje de consumidores sea superior.

Esta diferencia de matiz entre cada tipo de prevención tiene su importancia. Porque determina políticas, planteamientos, perspectivas e incluso contenidos que guían un programa de prevención hacia uno u otro lado. Por ello, es importante ser consciente, como profesionales, de en qué posición nos ubicamos. Es evidente que en estos asuntos, no hay dicotomías ni manierismos; existe un continuum cuyos extremos ideales, en términos de visión del mundo, serían bien diferentes. Un extremo sería el de una sociedad sin consumidores, y por ello, libre de problemas de salud, de delincuencia, etc… El otro sería una sociedad de consumidores, que desarrollan su consumo de manera responsable y, por ello, la sociedad también estaría libre de problemas de salud, de delincuencia, etc… ¿Es posible que se produzcan en la realidad cualquiera de estas dos posibilidades, de una manera absoluta? Desde mi punto de vista, no.

Lo cierto es que muchos de los programas y campañas de prevención que se han desarrollado a lo largo de los años están más orientados según el primer extremo. La idea de partida es bien sencilla: nos encontramos con personas que tienen problemas muy graves asociados al consumo de sustancias, y que afectan al conjunto de la sociedad; si la gente no consume sustancias, desaparecerán los problemas. Ésta es una visión, no sólo ingenua, sino simplificada y, por ello, condenada a fracasar. La raíz del fracaso tiene muchas ramificaciones:
-          - En primer lugar, no se admite dentro del razonamiento que hay muchas personas que consumen sustancias y no tienen problemas por ello.
-          - En segundo lugar, se parte de una demanda (y una alarma) social asociada a las personas con problemas, y no se hace un análisis genérico de la situación del consumo y de los consumidores.
-          - En tercer lugar, se sitúa el problema en el consumo, y no en otro concepto diferente: la adicción.
-          - Una última cuestión tiene que ver con la manera de conceptualizar todo esto: si “la culpa” (seguimos presos, nos guste o no, de la tradición católica; muy respetable, pero muy poco profesional) la tiene el individuo, estamos haciéndole un flaco favor; así que se deposita en la sustancia, maximizando su capacidad adictógena, las consecuencias negativas de su consumo, y llegando incluso a convertirla en un ser malvado que toma decisiones por su cuenta, posee la voluntad del pobre diablo y le obliga a hacer cosas que nunca hubiera hecho sin ella. Un drama. Un drama que, por otra parte, descarga de responsabilidades al individuo, a su entorno y al conjunto de la sociedad. Así dormimos todos más tranquilos…

Por todo esto, desde el principio, hablo de prevención de adicciones. Porque ése era el objetivo que se supone que debía perseguirse: que las personas no llegaran a tener problemas de adicción, no que no consumieran sustancias. Quien quiera desarrollar una tarea profesional en el campo de la prevención de adicciones, así, deberá tener claro si lo que pretende es una cosa u otra. Y dejo a su inteligencia que tome la posición más adecuada…

miércoles, 13 de febrero de 2013

Prevención en tiempos de crisis

De un tiempo a esta parte, especialmente desde que a los gobernantes les ha poseído la necesidad de recuperar el tiempo que no dedicaron en la infancia a hacer recortables, nos van llegando noticias de diferentes lugares de la geografía española, informando de la desaparición de muchas actuaciones en prevención de adicciones que estaban funcionando.

Los motivos aducidos para esta desaparición son, como en otros ámbitos, de carácter puramente económico. Pero, llevando un poco más allá el análisis, sólo aparecen dos posibles explicaciones para esto.

La primera sitúa a quienes están acabando con los programas preventivos como ignorantes. Ignorantes de qué ocurrió hace treinta años en España, cuando un alto índice de paro juvenil se concentraba en chavales de estratos sociales más bien bajos. Ignorantes de qué es la prevención de adicciones, su función y su proyección en el tiempo; pretender medir el efecto que la prevención tiene a corto plazo es como poner una semilla hoy y esperar a que salga un melón mañana; y no por eso se plantea nadie que plantar melones sea una actividad poco rentable. Ignorantes, porque, entre otras cosas, deberían haberse informado de que los países que invierten en prevención de una manera sólida -hablamos de prevención bien hecha, claro-, reducen de manera ingente los costes en tratamiento y reinserción, siendo mucho más rentable a largo plazo. Ignorantes, en suma, de los efectos que a largo plazo puede tener el acabar con estos programas.

La segunda, sin embargo, los describe como irresponsables. Irresponsables a los que les importa más ahorrarse hoy cuatro, para tener que invertir dentro de unos años cuarenta. Irresponsables porque no se plantean el efecto que eliminar los programas de prevención va a tener en el futuro de sus jóvenes. Irresponsables porque no pueden, ni saben, ni quieren dar una respuesta coherente a los problemas que se van a encontrar en el futuro. Irresponsables porque hipotecan a una o varias generaciones en aras de invertir ese dinero en pagar deudas. Irresponsables porque eliminan, de un plumazo, programas que muchos profesionales han contribuido a poner en marcha, desarrollar, perfeccionar y mantener, en ocasiones a costa de esfuerzos denodados, no reconocidos, ni bien pagados. Y el mayor problema es que, como en tantas otras cosas en nuestro país, cuando unos años después se vislumbren los efectos devastadores que tuvieron estas decisiones, nadie -insisto: NADIE- asumirá su responsabilidad.

Hay una tercera posibilidad, pero prefiero no pensar que estén interesados en que todo lo anterior ocurra, para obtener algún tipo de beneficio.

Lo cierto es que quienes están tomando estas decisiones nunca tuvieron ni puñetera idea de drogas, ni de adicciones, ni de prevención. Lo cierto que es que nunca asumieron verdaderamente la responsabilidad de una política preventiva coherente, diversificada y que apuntara a la reducción del problema, teniendo en cuenta que el problema no son las drogas, sino las adicciones. Y, por todo lo anterior, igual es hasta coherente que estén dejando esto como un erial...


sábado, 3 de noviembre de 2012

Errores de la prevención de adicciones (III)

Error 5. Utilizar la prevención como operación de imagen.


Los presupuestos de las instituciones siempre han sido un misterio para los que hemos trabajado en la base. Los motivos por los que ciertos programas contaban con recursos insuficientes (y digo contaban, porque en el momento actual han desaparecido tal y como los conocíamos) en relación a la descomunal tarea que se quería desarrollar no acaban nunca de saberse. Pero, en el ámbito de la prevención, esto es especialmente sangrante.

Porque muchos de esos recursos económicos iban a parar a proyectos sin explicación posible, desde un punto de vista técnico. La diferencia entre el dinero destinado al desarrollo de programas de prevención y el destinado a campañas de publicidad que, teóricamente -sólo teóricamente-, estaban orientadas a la prevención, parece ser enorme, a favor de la segunda. Un día, hablando con un experto en este tema, me decía que las campañas no tienen ninguna funcionalidad preventiva; su razón de ser es, única y exclusivamente, el mandar un mensaje político, que dice "Nos preocupamos por este tema". Y, con ello, decantar al electorado hacia su opción política.

Su capacidad preventiva, por tanto, es nula. E incluso puede ser contraproducente, en algunos casos, abriendo puertas que antes no eran accesibles, si no se elige bien el momento y la población a la que se destina el mensaje. He aquí un ejemplo:


Este anuncio, aparte de ser enormemente desagradable, tiene una población diana evidente: los padres de los chavales y chavalas de cierta franja de edad, a los que, evidentemente, pretendía meter miedo. Pero era televisado, de manera continuada, los días de diario a las seis de la tarde, horario infantil y juvenil donde los haya. El mensaje final, por ende, era una profecía autocumplida: "La edad media de iniciación al alcohol es de 13 años". Flipante. Un chaval de 13 años que no hubiera tenido contacto con el alcohol estaría pensando que se estaba perdiendo algo. Otro de 12, que al año siguiente le tocaba. Lo peor de este asunto es que este tipo de campañas las lanza gente que, por otro lado, dice mostrarse contraria a normalizar el consumo; y, aparte de que el consumo de alcohol está más que normalizado en nuestro país -es un negocio para muchos, no lo olvidemos, y hay muchas reservas políticas a la hora de meterle mano-, con campañas como ésta están haciendo más por la extensión del alcoholismo que por su reducción. Y lo hacen precisamente quienes niegan la necesidad de más recursos humanos para el desarrollo de programas reales. Todo, porque les interesa más un puñado de votos que la salud de los chavales y chavalas. 

Al menos, queda la opción de analizar estos anuncios con los adolescentes y poner el mensaje en su sitio. Pero lo último que necesitan los profesionales de la prevención es que sus propios jefes dificulten su labor poniéndoles palos en las ruedas de la bici.

PD.: Dice una leyenda urbana que este anuncio fue fruto del capricho de alguien que quería dar salida a su creatividad periodística y publicitaria y decidió hacerlo dedicado a la prevención. Desde aquí, se le recomienda que lea bastante de prevención y menos de periodismo para hacer el siguiente...

domingo, 28 de octubre de 2012

Errores de la prevención de adicciones (II)

Error 3: Rehuir los contenidos comprometidos y dar una información desajustada.

En algunos programas de prevención desarrollados por las instituciones, se ofrece un volumen de información muy importante sobre los efectos fisiológicos y las consecuencias negativas que tiene el consumo de diversas sustancias, desde los contenidos de alcohol por gramo de algunas bebidas, hasta los efectos que ciertos consumos tienen sobre los neurotransmisores en el cerebro. No deja de ser dudoso, cuando menos, que ese caudal de información -de la que una parte no es accesible para los adolescentes, por ser demasiado técnico-científica- tenga utilidad real a la hora de hacer prevención.

Lo primero que uno se plantea al leer este tipo de contenidos, es quién ha podido diseñar ese programa. Y no puede olvidarse que, por motivos que tienen que ver con luchas de poder y la preponderancia de unas u otras disciplinas sobre el campo de las adicciones, a día de hoy es el estamento médico el que ha acumulado un poder muy amplio sobre este ámbito. Prometo que de ese tema hablaremos otro día. En cuanto a lo que nos ocupa, probablemente, este tipo de contenidos han sido impuestos desde las disciplinas médicas, aún atrapadas en la simplicidad de que, con dar información, es suficiente para hacer prevención. Recuerdo, incluso, cómo en un espacio de formación con profesionales de diversas ramas del conocimiento, algún médico clamaba que el problema de la prevención era que no se les decía a los chavales que no había que consumir. Este es uno de los problemas de los que creen que lo curan todo con pastillas. Y en esto, lo siento, no hay botones automáticos: es una cuestión sumamente compleja, y como tal hay que tratarla.

Dejando aparte a los iluminados, este tipo de mentalidad arrastra otro problema aún más peligroso: se acaba hablando de lo que parece necesario, sin preguntar antes qué saben o no los adolescentes sobre la adicción, el consumo de sustancias, y otras actividades... Incluso, algunos programas llevan preparados una serie de "mitos" sobre las sustancias y sus efectos, convenientemente orientados hacia las consecuencias negativas del consumo. En este punto, cabría reflexionar cómo es posible que ciertos mitos prefabricados, veinte años después de trabajarse con unos cuantos miles de adolescentes, sigan presentes en el ideario común. Algo del mensaje debía ser incoherente o inconsistente. Y es curioso cómo no se tienen en cuenta otros que surgen.

Y, por supuesto, no se habla nada -y convendría admitirlo: la toma de decisiones implica que todo tiene su aspecto positivo- de los aspectos positivos del consumo. Y no hablo sólo de los efectos fisiológicos, también de los psicológicos y de los sociales, como la aceptación grupal. Si no se incluye también eso, por muy comprometido que sea abordarlo, cualquier programa seguirá cojo.

Error 4: Confundir el riesgo con el peligro y recurrir a las tácticas de miedo.

Al error anterior subyace, de manera lógica, el miedo. Miedo a meterse en un jardín dando información que parece que va en contra del objetivo, miedo a que lleguen a producirse conductas de riesgo, miedo a que los adolescentes pregunten lo que no sabemos, lo que no sabemos bien, o lo que sabemos y no queremos contar. Confundir el riesgo con el miedo es una de las dificultades que los adultos tenemos, a la hora de trabajar con adolescentes. Tenemos tan asumida su inconsciencia, su falta de previsión, que ya ponemos nosotros por delante todas las consecuencias negativas, no vaya a ser que no las piensen. Como si fueran tontos.

Pero aquí lo primero que hay clarificar es quién olvida y quién no el objetivo a alcanzar. Y conviene recordar que cualquier profesional que trabaje en esto tiene un objetivo básico: promover que los adolescentes no lleguen a desarrollar una adicción. El objetivo no fue nunca que no consuman drogas, que no utilicen Internet o que no mantengan relaciones sexuales. Bueno, quizá para algunos sí es ése el objetivo, pero por cuestiones religiosas y morales que no tienen que ver con la prevención, sino con otra cosa bien distinta.

Así, el propio miedo de los profesionales acaba infectando a muchos programas, desde su diseño hasta su implementación; y el fracaso va implícito en el proceso, siendo directamente proporcional al miedo con que se diseña, planifica, desarrolla y evalúa el programa. Cualquier iniciativa basada en el miedo está condenada a fracasar.

Cuando el miedo alcanza su máximo exponente es cuando se aplican lo que en el ámbito técnico se denominan las fear tactics, las tácticas del miedo: llevar a los chavales a una persona que ha pasado por el infierno de la adicción, que ha sufrido lo indecible por culpa de la dependencia, que les recomienda vivamente que no hagan lo que él hizo... Esos testimonios dramáticos que los adultos, en nuestra ingenuidad, pensamos que generarán en los adolescentes un rechazo visceral hacia las drogas. Nunca se nos ocurriría que pensaran: "a mí no me va a pasar eso, éste es un pringao", o "bueno, si él lo ha dejado, yo también podré cuando quiera", o "¿qué diablos tiene que ver la historia que me cuenta este tío con que yo me vaya a hacer botellón con los colegas?". Porque este tipo de actuaciones están muy desconectadas de la realidad cotidiana de los adolescentes. Aparte, y esto no es despreciable -ya se tratará en otra entrada lo de la evaluación-, de que este tipo de iniciativas tienen un efecto contrapreventivo en la mayoría de los casos, según diversos estudios.

Otro modelo de fear tactic es el de utilizar a las fuerzas del orden para informar sobre adicciones; esto, aparte de vincular la adicción a la ilegalidad, no parece ser apenas efectivo. El fracaso continuado del programa D.A.R.E. en Estados Unidos parece estar asociado a que los expertos que lo aplican sean, precisamente, policías. En general, parece más efectivo que la figura que haga este tipo de actuaciones con los adolescentes, sea un adulto de confianza, un modelo a seguir, alguien cercano, dialogante, abierto a sus planteamientos. Cada lector sabrá estimar hasta qué punto los policías se ajustan a este perfil. Al menos, estadísticamente...

viernes, 26 de octubre de 2012

Errores de la prevención de adicciones (I)

En las primeras entradas de este blog, se irán revisando, uno a uno, los diferentes errores que se cometen, por lo general, en la prevención de adicciones. Es un espacio abierto a la participación de quien quiera aportar ideas al respecto, discutir algunas de las planteadas y otras actividades que vayan surgiendo...

Error 1: Orientar la prevención de las adicciones desde la óptica de los problemas de drogodependencia.


El diseño de muchas actuaciones preventivas, la filosofía de los programas que se elaboran y la actitud de muchos profesionales que los aplican están contaminados de una visión muy particular: la de que la prevención se ha de hacer exclusivamente partiendo de la perspectiva que da el tratamiento de los problemas más graves asociados a esas conductas.

Es éste un primer error, que, por otra parte, está en la base de muchos otros. Las adicciones como tal pueden ser muy destructivas, y esto no parece muy discutible. Pero conviene no perder de vista que muchas personas consumen sustancias, juegan a videojuegos, se conectan a Internet, mantienen relaciones sexuales o se van de compras de manera puntual. Y que otros lo hacen de manera esporádica. Y que otros lo hacen de manera frecuente. Y que otros lo hacen de manera compulsiva. Y no parece muy inteligente elaborar programas de prevención pensando solamente en los últimos,  obviando que ese segmento de población diana representa apenas un 1% del total, cuando los programas de prevención universal, por ejemplo, se aplican al 100%.

Así que, el primer esfuerzo que tiene que hacer cualquier profesional que trate de desarrollar su trabajo en este ámbito es, precisamente, descontaminarse de la influencia que la imagen del yonqui o el cocainómano enzarpado tienen sobre su forma de desarrollar la tarea preventiva. Se hace necesario tratar el consumo de sustancias, el manejo de las nuevas tecnologías o las relaciones sexuales, por poner ejemplos de conductas potencialmente adictivas, como meras actividades, de una manera natural. Y poner el acento en la persona que las practica, qué necesidades cubre con esas actividades y de qué alternativas dispone para cubrirlas de otra manera, si fuera necesario.

Error 2. Asociar las adicciones con sustancias y no con comportamientos.

Es un hecho que el campo de las adicciones tiene su origen en el consumo de drogas. Pero el conocimiento que vamos teniendo del funcionamiento del cerebro nos está dejando claro que muchas de las reacciones químicas que en él se producen tienen que ver con actividades, conductas, prácticas, que no necesariamente pasan por introducir sustancias en el organismo.

Una actividad muy útil al hacer prevención tiene que ver, precisamente, con hacer perder a las sustancias ese aparente poder superior que tienen sobre las personas, una concepción errónea debida a procesos de personalización de un ser inerte ("la droga te mata"), fruto de una mentalidad ignorante y precientífica. Preguntar en una clase de adolescentes si las drogas son buenas o malas, y pedirles que se posicionen es toda una experiencia. Aunque, antes de hacer algo así, el propio profesional debería tener claro lo que él o ella piensa al respecto. Pero cuando, en la clase o en el grupo, se pasa a preguntar si una silla es buena o mala, se sorprenden y dan la respuesta adecuada: ni es buena ni mala, depende de cómo y para qué se utilice. Pues eso, no hay drogas buenas ni malas, mejores ni peores: las drogas son drogas. Lo que puede ser mejor o peor es el uso que se las de, y eso cae dentro de la responsabilidad de cada uno. Quizá este planteamiento haga perder el miedo a unos cuantos adolescentes, pero a cambio de que ganen en responsabilidad. Y eso se aplica a las sustancias, a los videojuegos, a la utilización de Internet o a otras conductas potencialmente adictivas. Se generaliza, y se queda puesto en el sujeto. Que, al final, es quien tendrá que ir tomando decisiones ante la posibilidad o no de llevar a cabo esos comportamientos. Y, en la medida en que tome decisiones responsables, no necesitará echar las culpas al empedrado...